Hermano prisionero

Hermano prisionero


Llego a Medellín procedente de París el viernes 12 de junio del año 2023. Al día siguiente paso a la cárcel de mayor seguridad de Itaguí, para otorgarle una visita a mi hermano Gabriel, prevista para las 8h30 de la mañana.

Nada distinto despues de mi última visita en el mes de diciembre del año anterior: los preparativos al exterior; dejar mis prendas; utilizar una sudadera de un no sé quien que aprovecha su esposa para alquilar a quienes como yo no habíamos previsto portarla; unas sandalias alquiladas también; que se me salían por momentos obligándome a concentrarme cuando de dar el paso se trataba; una señora que recibe lo que no me dejarían entrar; mis llaves, billetera con dinero y documentos, excepto mis dos cédulas de ciudadanía, la original y una copia laminada, por último, mi cinturón y mis zapatos. Ella empaca todo en una bolsa hasta que la recupere al terminar mi visita a eso de las 15h30. Todo un protocolo obligado antes de entrar.

Luego, llamados en orden según el numero asignado cuando se pidió la cita. Nos piden sentarnos a un grupo de diez visitantes en unas sillas de plástico blancas y a condición de que nuestras rótulas rocen el muro, en tanto, un perro pastor alemán pasa olfateandonos uno a uno. Mientras permanecemos inmóviles, un frío pasa por mi espalda al sentir el carcelario pujar el domesticado, para que me husmee. Frío que llega, no se,  si porque los perros no me dan ninguna sensación agradable o porque desconozco los movimientos de dicho caballero a mis espaldas. 

Y es que de ellos me ha nacido una desconfianza evidente, la misma ganada de lo visto desde que he dejado mis objetos personales afuera, no porque allí se los robasen, sino porque esa persona que me los custodia es uno de los medios para que al interior de este claustro de máxima seguridad entre ilicitamente desde una aguja, pasando por un teléfono mediante el cual el presidiario chantagea y consigue dinero a través de la vacuna a quienes afuera trabajan día a di  día para obtener su sustento, siguiendo por un televisor, licor fino, hasta la droga misma. 

Como no sentir escalofrío dando la espalda a mocosos que parecen recien salidos de la secundaria, que manejan un lenguaje similar al de los condenados: parce, vacan, marica...eso sí, ante los visitantes, la gerigonza es de respeto y de tono seco para infundir temor. Otros un poco mas maduros conservan el sigilo, como el de los leones que observan pacientemente que su presa le llegue. Se les percibe unas ansias de cualquier ofrecimiento al margen de la ley.

La alegría de visitar esta vez mi hermano, contrasta con el asunto de que se encuentra en la misma chambra de quien desde allí maneja el negocio de la extorsión de negocios y buses en algunos barrios de la ciudad de Medellín. Mi aflicción es motivada por muchos aspectos que solo mi hermano en su sabiduría sabrá soslayar. 

Eso sí, cuando entablo una conversación con algunos de ellos, me coloco en sus zapatos para poder enterdelos y me invade una pasión para escucharlos, luego transmitir sus vivencias a través de las letras y porque no,  a través de obras de teatro. Un mundo desconocido y olvidado, un mundo donde seres humanos que se han equivocado o han buscado dicho camino para sostener las economías de sus familias o quizás ya corrompidos por nuestra cruel sociedad u otros, mal juzgados. 

Quince días después, en una visita guiada por mi amiga Blanca, a los alrededores del teatro Comfama, me encuentro con una exposición muy sensible, ésta se titula "Cartas de Puño y Reja".


En la gran puerta de vidrio que da acceso a las entradas del teatro, la cafetería, los baños, varias aulas, asi como a un patio terraza, veo escrito:"Puerta de entrada Carcel de Medellín. Pedregal Km. 6 vía al Mar". 


Inmediatamente paso la puerta de entrada encuentro la siguiente leyenda: " El otro día soñé que estaba libre, que iba en bicicleta, no me acuerdo por donde, pero lejos de aquí, pero yo era tan feliz...." 


Al frente de este, leo sobre el muro azul petróleo, las incondicionalidad de las cartas que un reo puede enviar o recibir.


Sobre el muro derecho, una repisa de tres estantes sostiene una serie de cartas con sus respectivos dos sellos timbrados; uno; el mapa de Colombia y el segundo; una silueta del centro de Medellín. Al lado izquierdo sobre el muro, una frase que dice: "Abrir una carta. Dejarse llevar." Las cartas van dirijidas: A un suegro. A una madre enferma. A un niño solo. A un esposo presente. A otro ausente. A los hijos mayores..... de ellas tomé la carta de una madre a sus hijos jóvenes. 

La empecé a leer y me parecía escrita por mi madre o por cualquier madre que ve a sus hijos perfectos.  



En la esquina y hacia la izquierda se encuentran cuatro salones y otro anuncio referente al desconocimiento de la ubicación de una cárcel, con una respectiva carta en la cual explica geográficamente donde se encuentra la cárcel de Pedregal, una foto del edificio se exhibe tambien. 


Al frente del anterior, otro anuncio explica de lugares y hogares sin dirección con su carta al lado cuyo asunto es el recado de una madre. 


Luego volteo a la izquierda hacia el patio y me encuentro otro escrito más sobre una carta que salió sin dirección hacia el mar y el río. Su carta adjunta es de Carmen a su hija Sol.


Sobre el piso, líneas puntiagudas me invitan a depositar las cartas en dos buzones diferenciando el uno del otro, un buzón para el aquí y el otro buzón para el más allá.  


Antes de llegar a los baños sobre la izquierda y antes de salir al patio un anuncio sobre una correspondencia que salió hacia una ciénaga.  Su correspondiente carta es de Edilma para su hija Dina. 


Antes de llegar a la puerta del patio o terraza, un escritorio para dos personas que quieran escribir, dotado de sellos de timbres que tienen como motivos el mapa de Colombia y el logotipo de la ciudad de Medellín. La experiencia, después de haber sentido una gran sensibilidad por la exposición se duplica al encontrar una chica escribiendo con lágrimas en sus ojos, una carta en la cual explicaba su dura tragedia, familiar, mientras yo escribía mi carta la cual la denominé; Carta para un Hermano Preso. Por fortuna, ella me permitió grabar la lectura de su contenido. 


Ya en la terraza veo claramente la torre de la Iglesia del Pilar, a media cuadra donde la madre de mi madre, mi abuela, Ana Eva Molina, vivió y recibía a sus hijos y nietos. Una carta dirigida a sus hijos, tres meses antes de partir a sus 82 años, muestra su hermosa letra con un perfecta redacción, de una mujer que poco tuvo como preparación académica, pero que expresó sus sentimientos y el resumen de su labor como madre ejemplar. 


Lugar que visité cuando era niño y que me permitió disfrutar de la vista de la ciudad, ese Morro del barrio el Salvador. Una foto tomada a esa hermosa colina desde este patio que semeja los patios de las cárceles que se utilizan para que los residentes en ellas puedan hacer sus caminadas y recibir el sol. Es el final de una nueva visita a una cárcel entre lo real y lo imaginario a través de cartas enviadas y recibidas.


Dada la sabiduría de dicha carta para nuestra generación y las siguientes, la transcribo con su puntuación y ortografía.

                                               Armenia (Q.) Novbre. 12 de 1968


A la familia Ortiz Molina. 

                              Queridos hijos:

                             Creo llegado el día la hora de despedirme de Uds. Lo hago por escrito, a modo de testamento, por encontrarlo cómodo y más diciente.

                             En primer lugar, mi mas hondo y conmovido agrdecimiento, por todo cuanto por mí hicieron y por todo cuanto han hecho unos por otros, generosamente, dentro del conjunto familiar. 

                             Se cumple, pues, lo inevitable: el viaje sin regreso, el fin de una mision en el mundo, el cambio de una vida por otra, y espero, mediante la voluntad divina, llegar al lugar de privilegio en donde pueda reunirme, mas tarde o  más temprano, con los mios todos, ya para la eternidad; Dios me oiga y me lleve de su mano.

                             Como criatura humana cometí errores, quiza no pocos; y, en mi condición de madre, me llevo la satisfacción de haber cumplido, con conciencia de católica, mis deberes hasta donde me fue posible. Encaré la adversidad casi a diario. Por fortuna, Dios me proveyó de instrumentos poderosos, para hacer frente a tanta dificultad, me dió fé y resignación. 

                             En la vida ordinaria procuré que a mis hijos les faltara lo menos posible para subsistir. Fuimos pobres, muy pobres, como ninguno de Uds. pueda olvidar; y ya que nada mejor pueda hacer, tuve no pocas veces, que sufrir el lacerante dolor de la impotencia ante situaciones no pocas veces desoladoras. Llena de resignación y con el corazón oprimido a veces secando las lágrimas, tuve qué volcar sobre mis hijos el bálsamo de la ternura, a fin de llenar tantos vacios como sólo una madre puede hacerlo. 

                            Es que mi cuerpo no sucumbió a la avalancha de calamidades que me asotaron cuando, recién viuda me encontraba, agotada, vencida pero sin perder la moral, todo lo cual lo atribuyo a una intervención Divina, Dios quiso que los acompañase por muchos años más para mi alegría, y nunca he dejado de agradecerle a El que me los haya conservado. 

                                      En bienes materiales soy tan pobre como lo fué desde mi cuna, y hubiera querido, con toda la generosidad y largueza de un corazón maternal, calmar las necesidades de los más desposeídos de mis hijos; pero no me fué posible hacerlo pese a todo cálculo y ambición. 

                                     Les pido perdón a todos por las mortificaciones que les haya proporcionado, aunque nada de esto pudo ocurrir con plena intención. 

                                      A mis hijos les recomiendo obren y sigan en obra con recta conciencia de católicos, y no se olviden de la responsabilidad ante Dios y ante el mundo, a quien deben de servir de ejemplo. 

                                    A mis hijos les ruego que vivan ordenadamente y no abandonen la religión de sus padres por conquistar bienes materiales que de nada sirven si no ha ser para vivir dignamente, cuidando de que, al ambicionar, no se ponga en peligro el alma. 

                                    Practiquen la caridad, apoyen a sus hermanos caidos. Denme esta satisfacción y Dios los recompensará. Así cerraré tranquila mis ojos mortales para mirarlos complacida con los del alma desde el más allá, donde como lámpara votiva, elevaré una plegaria eterna, por la salud material y espiritual de mis hijos. 


                                   Ana Eva Molina 

                             

                                       


                

  

 

  

Comentarios

  1. ESTAR PRISIONERO: tu relato mi querido Fray, me llegó al alma, he vuelto a leer y me es imposible no admirar tu capacidad de observación y de compasión por tu hermano y en general por quienes sufren. Esto me llevo a pensar que en cierto modo todos tenemos ciertas " rejas y ataduras" que a veces cargamos cómo si fuera una larga condena. El miedo a decir lo que sentimos, el miedo a ser rechazados, el dolor que causa la perdida, el desamor, el silencio que corta e hiere como una daga y la indiferencia que mata silenciosamente nuestros más profundos anhelos son en cierto modo Rejas, condenas que nos matan lentamente, el egocentrismo, la soberbia, el creernos mejor que el otro son solo distractores y espejismos que creamos para sobrellevar lo que no queremos enfrentar.lo que nos da vergüenza reconocer.
    A veces nos convertimos en nuestros propios verdugos ; cuando todo puede ser tan fácil y placentero con solamente hablar desde el corazón, la asertividad y el amor. A veces queremos tapar o negar lo que es evidente . Cuánto más hay que esperar para abrazar al otro? Cuánto más hay que esperar para decir lo que sentimos? ....el reloj avanza en cuenta regresiva en nuestras vidas y a veces nos toca llorar desconsolados porque cuando queremos hacer las cosas ya es demasiado tarde, " en vida hay que ser, hacer y sentir" .

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